
-Foto: Lau, Ani y yo en el Maxime anoche-
¿Qué decir? Mi cuerpo es un escombro con patitas, mi cerebro está hecho pulpa, mis piernas pesan tanto como dos columnas de mármol griegas, mi cabeza es un enorme bombo aporreado con todas sus ganas por el hombre forzudo del circo, mi garganta es una lija rasposa y dolorida, mis oídos están bastante inservibles y parece que me los hayan llenado de algodón para que no escuche nada en absoluto. Mmm, creo que no se me olvida nada...
Ah sí, ¡¡me lo pasé maravillosamente bien!! Todo lo demás no me importa en absoluto.
Mi enhorabuena a Beuki, la cocinera, que nos hizo una tarta de queso superior, ¡ñam, ñam!
_ Al final, Cinnamon no fue a la escuela ni un solo día_ dijo Nutmeg_. Las escuelas primarias normales no admitían como alumno a un niño que no hablara y a mí no me parecía bien mandarlo a una escuela para niños con problemas. Las razones por las que no habla, sean cuales fueran, eran completamente distintas a las de otros niños. Tampoco Cinnamon quería ir a la escuela. Me parecía que él se sentía feliz en casa, solo, leyendo tranquilamente, escuchando discos de música clásica, jugando en el jardín con un perro bastardo que teníamos entonces. A veces salíamos de paseo, pero no le gustaba juntarse con niños de su edad, así que nunca mostró un gran entusiasmo por salir a la calle.
Nutmeg aprendió el lenguaje de las manos y empezó a usarlo de forma habitual para hablar con Cinnamon. Cuando no bastaba el lenguaje de las manos, hablaban por escrito usando las hojas sueltas de un bloc de notas. Pero, un día, Nutmeg se dio cuenta de que podían comunicarse perfectamente los sentimientos sin usar métodos tan complicados. Ella entiende perfectamente lo que él piensa o quiere con sólo un leve movimiento de su cuerpo, un cambio en la expresión de su rostro. Al darse cuenta de esto, dejó de preocuparle que Cinnamon no hablara. Desde luego, hay casos en que siente la ausencia de lenguaje verbal como un inconveniente físico. Pero no pasa de ser un "inconveniente", y, por otra parte, gracias a ese inconveniente la comunicación entre ambos ha alcanzado, en cierto sentido, un mayor grado de pureza.
En los ratos libres que le dejaba el trabajo, Nutmeg le enseñó a Cinnamon caracteres chinos, palabras y también matemáticas. Pero en realidad no había muchas cosas que enseñarle. Porque a él le gustaba leer y aprendía solo todo lo necesario a través de la lectura. El papel de Nutmeg era, más que el de enseñarle cosas, el de elegir y proporcionarle los libros que él requería. A Cinnamon le gustaba la música y quería aprender a tocar el piano, pero sólo aprendió con profesor, durante unos pocos meses, la técnica básica del movimiento de los dedos, porque la técnica necesaria para tocar a un nivel bastante alto para su edad la aprendió por su cuenta de los libros de método, con cintas grabadas, sin recibir otra enseñanza formal. Interpretaba perfectamente a Bach y a Mozart y no mostraba el menor interés por interpretar partituras posteriores a la escuela romántica, aparte de Bartok y Poulenc. Durante los primeros seis años, todo su interés se centró en la música y la lectura. Cuando llegó a la edad de ingresar en la escuela de enseñanza media, su interés se dirigió hacia los idiomas. Primero escogió inglés, luego francés, en seis meses era capaz de leer libros fáciles. Por supuesto, no podía hablar, pero el objetivo de Cinnamon no era conversar, sino los libros escritos en estos idiomas. Y también se aficionó a manipular maquinarias complejas. Compró herramientas especializadas, empezó a montar radios, amplificadores con tubos de vacío, a desmontar y reparar relojes.
Quienes lo rodeaban_ aunque en realidad las personas con las que se relacionaba fueran sólo tres: Nutmeg, su padre y su abuela (la madre de Nutmeg)_ se acostumbraron a que él no hablara en absoluto, no encontraban este hecho poco natural, anormal. Algunos años más tarde, Nutmeg dejó de llevar a su hijo al psiquiatra. La sesión semanal no había alterado en absoluto sus "síntomas". Aparte de no hablar, Cinnamon no tenía ningún problema. Era, en cierto sentido, el niño perfecto. Nutmeg no recordaba haber tenido que ordenarle jamás que hiciera algo o haber tenido que reñirle para que no hiciera algo. Cinnamon decidía por sí mismo lo que debía hacer y lo hacía hasta el final a su manera, siempre perfecta. Cinnamon era en todo tan distinto a los otros chicos que no hubiese tenido sentido compararlo con ellos. Tras perder a su abuela a los doce años (la lloró sin palabras durante varios días), realizaba por propia voluntad los quehaceres domésticos, cocinar, hacer la colada, la limpieza, mientras Nutmeg trabajaba de día fuera de casa.
Crónica del pájaro que da cuerda al mundo (Haruki Murakami)
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