
-Foto: mi camiseta nueva de Dorothy, wiiii-
A Dorothy la despertó una sacudida tan fuerte y repentina que si no hubiera estado tendida en la cama podría haberse hecho daño. Así y todo, el golpe le hizo contener el aliento y preguntarse qué habría sucedido, mientras que Toto, por su parte, le pasó el hocico sobre la cara y lanzó un lastimero gemido. Al sentarse en el lecho, la niña notó que la casa ya no se movía; además, ya no estaba oscuro, pues la radiante luz del sol penetraba por la ventana, inundando la habitación con sus áureos resplandores. Saltó del lecho y, con Toto pegado a sus talones, corrió a abrir la puerta.
En seguida lanzó una exclamación de asombro al mirar a su alrededor, mientras que sus ojos se agrandaban cada vez más ante la vista maravillosa que se le ofrecía.
El ciclón había depositado la casa con bastante suavidad en medio de una región de extraordinaria hermosura. Por doquier veíase el terreno cubierto de un césped del color de la esmeralda, y en los alrededores se elevaban majestuosos árboles cargados de sabrosos frutos maduros. Abundaban extraordinariamente las flores multicolores, y entre los árboles y arbustos revoloteaban aves de raros y brillantes plumajes. A cierta distancia corría un arroyuelo de aguas resplandecientes que acariciaban al pasar las verdosas orillas, susurrando en su marcha con un son cantarino que resultó una delicia para la niña procedente de las áridas planicies de Kansas.
Mientras observaba entusiasmada aquel extraño y maravilloso espectáculo, notó que avanzaba hacia ella un grupo de las personas más raras que viera en su vida. No eran tan grandes como los adultos a los que conocía, pero tampoco eran muy pequeñas. En verdad, parecían tener la misma estatura de Dorothy, que era bastante alta para su edad, aunque, a juzgar por su aspecto, le llevaban muchos años de ventaja.
Eran tres hombres y una mujer, todos vestidos de manera muy extraña. Estaban tocados de unos sombreros cónicos de unos treinta centímetros de altura en la copa, adornados por campanillas que tintineaban suavemente con cada uno de sus movimientos. Los de los hombres eran azules, y blanco el de la mujercita, quien lucía una especie de vestido también blanco que pendía en pliegues desde sus hombros casi hasta el suelo y estaba salpicado de estrellitas que el sol hacía brillar como diamantes. Los hombres vestían de azul claro y calzaban bien lustradas botas negras con adornos del mismo tono de sus ropas. Al observarlos, Dorothy calculó que eran casi tan viejos como su tío Henry, pues dos de ellos tenían barba. Pero la mujercita era sin duda mucho mayor; tenía el rostro cubierto de arrugas y el cabello casi blanco; además, caminaba con el paso propio de las personas de edad avanzada.
El mago de Oz (L. Frank Baum)
El sábado por la noche estuve de fiesta en uno de los sitios más curiosos por los que me he dejado caer últimamente: una vaquería reconvertida en local de ensayo, ¡jajaja! No os hacéis una idea del aroma que impreganaba todo aquello. Ya se sabe, hay que tener siempre presente los orígenes... xDDD
Después de postponer y postponer millones de veces el rollo de pedir cita por Internet para renovarme el DNI, hoy lo he hecho y, por supuesto, había una considerable lista de espera, así que ahora me va a tocar estar más de un mes con él caducado... ¡¡Grrrrr!! ¿Por qué seré tan lista?
[Leyendo: La batalla de Corrin - Frank Herbert y Kevin J. Anderson]
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