martes, 16 de marzo de 2010

Día de "miro-y-no-me-gusta-lo-que-veo"



-Foto: plaza del Ayuntamiento (Brujas)-







¡Qué visita más encantadora he hecho esta tarde! Hace pocas semanas, descubrí que en la calle de al lado de mi trabajo estaba la famosa librería Desnivel, que lleva abierta desde 1980 y está especializada en montañismo. Así que, ni corta ni perezosa, en el descanso he ido derecha a husmear un poco por sus estanterías y... ¡¡madre mía, qué lugar tan maravilloso!! Os aseguro que daría muchas cosas por trabajar en un sitio parecido. Todo de madera, con vidrieras de colores en la puerta, escaleras,millones de mapas (¿os había dicho alguna vez que adoro los mapas y los globos terráqueos?), toneladas de libros de viajes, unos espacios super amplios y un mural increíble al fondo de la tienda con pinturas y firmas de escaladores famosos. ¡¡Simplemente, preciosa!!







Le estreché la mano por primera vez en la primavera de 1967. Por entonces, yo era un estudiante de segundo curso en Columbia, un muchacho sin formar con ansia de libros y la creencia (o ilusión) de que algún día tendría las suficientes cualidades para considerarme poeta, y como leía poemas, ya conocía a su tocayo del infierno de Dante, un muerto que iba arrastrando los pies por los últimos versos del canto veintocho del Inferno. Bertran de Born, el poeta provenzal del siglo XII, que llevaba cogida del pelo su cabeza cortada, haciéndola oscilar de un lado a otro como un farol: sin duda, una de las imágenes más grotescas de ese extenso catálogo de alucinaciones y tormentos. Dante era un defensor incondicional de los escritos de De Born, pero lo redujo a la condenación eterna por haber aconsejado al príncipe Enrique que se rebelara contra su padre, el rey Enrique II, y como el poeta originó la divisón entre padre e hijo convirtiéndolos en enemigos, el ingenioso castigo de Dante fue dividirlo a él mismo. De ahí el cuerpo decapitado que va gimiendo por el inframundo, preguntando al viajero florentino si puede haber dolor más terrible que el suyo.

Cuando se presentó como Rudolf Born, inmediatamente pensé en el poeta. ¿Algún parentesco con Bertran?, le pregunté.

Ah, contestó, esa desventurada criatura que perdió la cabeza. Quizá, pero me temo que no parece probable. No tengo el de. Para eso hay que poseer un título de nobleza y la triste verdad es que soy de todo menos noble.




Invisible (Paul Auster)

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