
-Foto: ilustración by Victoria Francés-
Ayer no tuve tiempo ni de actualizar porque estuve hasta última hora con el maldito trabajo sobre la Biblioteca Braidense de Milán, pero hoy estoy de vuelta... Y no volveré hasta el lunes porque pasaré este finde en mi pueblo extremeño y allí de Internet nanai.
Hoy, el conductor del bus me ha dejado soberanamente tirada en la parada. Así de claro. ¿Qué pasa, que caminar hacia el borde de la calzada mientras beso a mi novio (en un claro gesto de despedida) no le dice nada? Está visto que algunos prestan bien poca atención a su trabajo... Y luego, aparte, algunos son simplemente imbéciles.
Ayer, de todas maneras, no fue un día muy maravilloso para mí. Empezó genial... A tu lado, ¿cómo podría ser de otra manera? :-)))
Pero cuando iba en el bus hacia el curro, de repente, vi en la carretera a un hombre vendiendo cleenex. Ya sabéis, uno de los que van ofreciéndoselos a los conductores cuando el semáforo se pone rojo. Era un hombre bastante mayor, sobre 60 años diría yo. Caminaba apoyándose en un bastón y, por su aspecto, era evidente que era un vagabundo, una de esas personas que vemos dormir en los soportales cubiertos de cartones y de las que, después de un vistazo, apartamos rápidamente la mirada porque nadie quiere pensar en ellos, nadie quiere ver el problema. El hombre tenía un aspecto desaseado, pero no parecía en absoluto un borracho ni un yonki ni nada parecido. Simplemente, iba ofreciendo sus cleenex a los conductores, pero ninguno le miraba. Yo estaba en el autobús y podía ver perfectamente la cara de todos los que iban en los coches y, es cierto, ni uno solo de ellos giró la cabeza un milímetro para mirarle. Y él, aunque ni siquiera le estaban mirando, hacía una inclinación de cabeza a modo de saludo y pasaba al siguiente conductor, caminando con mucha dificultad con el bastón...
No fui capaz de aguantarme las lágrimas...
Porque estaba allí, pero nadie quería mirarlo y, desde luego, mucho menos verlo realmente. Porque eso es lo que hacemos con todas las cosas que no nos gustan, que no encajan en el mundo en el que queremos vivir. Parapetarnos tras un muro indestructible de indiferencia, girar la cabeza hacia otro lado, pensar en otra cosa, concentrarnos en la fiesta que vamos a pegarnos este sábado, en las ganas que tenemos de comprarnos esa camisa tan ideal que vimos en la tienda el otro día.
Y yo lo hago también y me odio por ello. Sí, me odio muchísimo cuando me doy cuenta de que lo estoy haciendo. Porque el problema seguirá existiendo aún cuando nuestra mirada ya no se pose él, porque aunque nosotros sigamos caminando hacia delante como si nada, él seguirá allí, todos ellos, toda la gente que vive de esa forma, que sobrevive...
Y como eso, la mayoría de las cosas de nuestro mundo. No queremos ver la pobreza, tampoco las injusticias, tampoco los desastres medioambientales que provocamos, ni el dolor que causamos a otros, ni el llanto de nadie si no es el propio o, a lo sumo, el de nuestros más allegados, en ocasiones, ni siquiera ése.
Miramos el mundo, pero no lo vemos... Nos negamos a verlo de verdad... Porque mirar es fácil, pero VER duele mucho y la conciencia remuerde y las dudas corroen.
Pero yo quiero hacerlo, quiero VER el mundo, VERLO de verdad. VER a la gente y no sólo mirarla.
♫ John Lennon - Imagine ♫
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