
Existen etapas en la vida de las personas en las que ciertas cosas que ocurren a su alrededor comienzan a perder su significado, dejan de poder entenderlas.
Comienza por algo pequeño: algunas palabras, una actitud determinada, unos gestos concretos... Pero, poco a poco, aquello que le resulta incomprensible empieza a abarcar más momentos, más situaciones. Y termina por no ser capaz de entender nada de lo que pasa en su entorno.
Si se niega a sí misma la comunicación que podría salvarla de la incomprensión porque está convencida de lograr llegar a comprender de manera milagrosa lo que, hasta el momento, se le escapaba... comienza a ocurrir algo peor.
Ya que no consigue encontrar la razón para que ocurran ciertas cosas ni para que muchas otras no ocurran, empieza a buscar una razón, un argumento, una explicación que, desde su propia experiencia, pueda ser el origen de todo lo que no alcanza a comprender.
Pero no es tan fácil… Nunca es tan fácil. Habitualmente, acabará malinterpretándolo todo y cada vez entenderá menos y menos...Finalmente, esa persona terminará metiéndose en una espiral de tremenda frustración e impotencia, de la que sólo existe un modo de salir.
SIN MIEDOS Y CON LA CABEZA ALTA
De repente sentí hambre, mucha hambre. No de comida, sino de todas las palabras ocultas en esas estanterías. Pero sabía que, por mucho que leyera a lo largo de toda mi vida, no llegaría a leer ni una millonésima parte de las frases que han sido escritas. Porque hay tantas frases en el mundo como estrellas en el cielo. Y cada vez son más y se expanden constantemente como el espacio infinito.
Pero, al mismo tiempo, sabía que cada vez que abro un nuevo libro, veo un pedacito del cielo; y cada vez que leo una nueva frase, sé un poco más de lo que sabía antes. Y todo lo que leo hace crecer el mundo, a la vez que yo mismo me expando. En un instante había contemplado el mundo fantástico, el mundo mágico de los libros.
La biblioteca mágica de Bibbi Bokken (Jostein Gaarder y Klaus Hagerup)
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