miércoles, 10 de noviembre de 2010

Le Fabuleux Destin d'Amélie Poulain *23*



Esta mañana, como cada martes, Dominique Bretodeau ha salido a comprar un pollo de granja. Suele prepararlo al horno con patatas salteadas. Después de separarle los muslos, las pechugas y las alas, lo que más le gusta es desmenuzar el interior aún humeante con los dedos, empezando por la rabadilla.

Pero hoy no seguirá la costumbre. Bretodeau no comprará pollo, sólo llegará hasta la cabina telefónica y allí...

En un segundo, todos sus recuerdos le vuelven a la memoria: la victoria de Federico Bahamontes en el Tour de Francia del 59, las combinaciones de la tía Joset y, sobre todo, aquel día trágico... El día en que ganó en el recreo todas las canicas a sus compañeros de clase.

[¡Bretodeau! ¡Bretodeau! ¡Bretodeau, tirón de orejas! ¡Bretodeau, te has ganado un buen pellizco!]

_ Un coñac. Me ha pasado algo increíble. Ha tenido que ser mi ángel de la guarda. Era como si la cabina me llamara, sonaba y sonaba...

_ Pues, justamente ahora, a mí me llama el microondas.

_ Póngame otro coñac, ¿quiere? Es curiosa la vida... Cuando eres niño, el tiempo no acaba de pasar y luego, sin darte cuenta, tienes 50 años y de la infancia lo único que te queda cabe en una cajita oxidada. ¿Aún no ha tenido hijos, señorita? Yo tengo una hija que tendrá su edad. Hace años que no sé de ella. He oído que tuvo un hijo, un niño. Se llama Lucas. Creo que es hora de que les visite, antes de que acabe yo también en una cajita. ¿No cree?








¡¡Qué daño hacen las mentirijillas estúpidas!!

Duelen y no sirven absolutamente para nada. En fin, de todo se aprende...







[Leyendo: Amanecer en el desierto - Waris Dirie]

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