
Fue en los días antiguos,
antes de Mannawinard,
cuando el hombre soberbio,
destruía la tierra,
envenenaba el aire,
contaminaba el mar,
creyéndose señor y dueño
de aquello que debía cuidar.
Y la diosa Tara lloraba, lloraba,
pero los hombres eran sordos
a su voz de madre.
Y la diosa Tara desató su furia,
y fue Mannawinard.
Y las plantas brotaron del suelo de asfalto,
y los pájaros llenaron el aire,
y las bestias llenaron la selva,
y los peces, los ríos y el mar.
Y la tierra volvió a pertenecer
a Tara, la Diosa Madre...
Keyko siguió recitando cómo aquella inmensa selva que era Mannawinard había brotado en el mundo de la noche a la mañana para cubrir casi toda la superficie de la Tierra, cómo había destruido ciudades, pueblos y carreteras, cómo en apenas unos días el mundo creado por el hombre había desaparecido bajo una espesa capa de vegetación, y el planeta había vuelto a adoptar el aspecto salvaje, primitivo y magnífico que debía de tener en el principio de los tiempos, cuando el ser humano aún no caminaba erguido. La joven describió cómo aquella explosión de vida auspiciada por la diosa Tara había multiplicado las especies animales y vegetales hasta extremos insospechados, cómo la naturaleza había vuelto a tomar posesión del planeta, cómo había demostrado con Mannawinard hasta dónde podía llegar su poder creador.
Con voz fría y desapasionada relató también la muerte de millones de personas en aquellos días, prácticamente atacados por un enorme bosque que crecía, tragándose los restos de toda una civilización a nivel mundial...
El Canto de Mannawinard describía también cómo algunos de los supervivientes habían renunciado a los restos de su mundo tecnológico y a su modo de vida artificial para volver a la selva y vivir en el seno de la Diosa Madre, en armonía con la naturaleza, respetando el equilibrio de Mannawinard.
A aquellos primeros hijos pródigos que retornaron al bosque, Tara les enseñó el lenguaje de las runas.
El lenguaje de la magia.
Pero también, proseguía el Canto de Mannawinard, hubo muchos otros supervivientes que, incluso después de lo que había sucedido, se negaron a escuchar la voz de Tara; unieron sus fuerzas y se atrincheraron en ciudades-fortaleza, reunieron lo que quedaba de su tecnología y se dedicaron a desarrollarla...
Aquel había sido el comienzo de una larga, larga guerra.
Desde aquellas nuevas ciudades, llamadas dumas, los urbanitas habían atacado con la esperanza de hacer retroceder aquella amenaza verde que avanzaba hacia ellos. Día tras día enviaron robots de combate, lanzaron bombas, envenenaron la tierra con todo tipo de sustancias tóxicas... igual que en los días antiguos.
Y sí, Mannawinardo capituló y retrocedió un poco. Las plantas y los animales murieron cuando ya ni toda la energía vital de la Madre Tara podía mantenerlos con vida en aquel basurero de radiación y contaminación.
Y así habían nacido los Páramos, una gran frontera entre el mundo natural y el mundo artificial, que provocaron la Gran Tregua. Porque durante mucho tiempo, ni desde Mannawinard ni desde las dumas se atrevió nadie a internarse en aquel lugar desolado donde el aire era puro veneno.
Y de esta manera, continuaba el Canto de Mannawinard, las dumas y la tierra de la diosa Tara se habían mantenido separados por un inmenso paraje devastado y desierto, ignorándose en apariencia, pero odiándose y temiéndose en el fondo.
[Leyendo: Las hijas de Tara - Laura Gallego García]
♫ Macaco - Mama Tierra ♫
No hay comentarios:
Publicar un comentario