miércoles, 8 de diciembre de 2010

Sevilla color lluvia



-Foto: Patri, Nati, Silvi, Sandra y yo frente a la Giralda; Carmen también está incluida porque era la fotógrafa-







Antes de partir rumbo a tierras andaluzas este puente, me había preguntado más de una vez si la lluvia de Sevilla sería más bonita que la de Madrid... Creo que la respuesta es que, aunque igual de incómoda, sin duda tiene más encanto. Y os aseguro que nos mojamos de encanto sobradamente estos días, ¡¡jajaja!!

El viaje de ida en bus fue agotador por eso de viajar de noche y sus consabidas incomodidades: el dormir poco, el dolor de espalda y de culo, el aburrimiento... Pero cuando llegamos a la ciudad de los naranjos, sentí que todo había merecido la pena. Nos esperaban las calles empedradas, los maravillosos edificios, las preciosas iglesias escondidas detrás de cada esquina.

La primera mañana fue dura por el sueño acumulado que llevábamos y que intentamos distraer desayunando dos veces, haciendo la compra, yendo a ver la Giralda y la catedral (aunque por circunstancias adversas al final no pude ver ninguna de las dos cosas por dentro), tomando una copita de vino manzanilla (que no me gustó demasiado) en el mítico Patio de San Eloy, un bar increíble con gradas para que te sientes a comer tu tapa y completamente lleno a rebosar, y visitando el Archivo de Indias, un hito muy importante en un viaje de documentalistas. xDD Después de la comida, imperaba una siesta monumental y, por supuesto, nosotras no somos nadie para luchar contra el sino, así que nos acostamos la mar de contentas y nos levantamos siendo personas nuevas, que se ducharon, se pusieron monas, cenaron, se liaron a beber Brugal y Absolut y se lanzaron de cabeza a una divertidísima noche en la discoteca Buddha.

Al día siguiente fuimos golpeadas con bastante dureza por la resaca, pero hicimos acopio de valor y conseguimos levantarnos a la 1 del mediodía, hacernos la comida y salir, paraguas en ristre, a visitar el Barrio de Santa Cruz y el Centro Velázquez (antiguo Hospital de los Venerables). Cuando la lluvia arreció demasiado como para ser soportable, nos refugiamos en la tetería de Aires de Sevilla, unos baños árabes preciosos, y yo me sequé tomando un té negro y comiendo unos dulces árabes deliciosos de hojaldre, frutos secos y miel. Después, para bajar los dulces, fuimos a pasear por el barrio de Triana y a ver la Torre del Oro y, como en ese rato ya habíamos vuelto a hacer hambre nos fuimos a cenar como reinonas a Los Coloniales, una taberna de tapas muy generosas, muy baratas y más que para que chuparse los dedos. Allí probé el vino moscatel, al que hacía tiempo que tenía ganas de hincar el diente pero, al igual que el manzanilla, tampoco fue muy de mi agrado. Luego volvimos a casa, cenamos, nos arreglamos e intentamos sacar fuerzas del Brugal para salir de fiesta, pero como estábamos bastante agotadas, tuvimos que acabar recurriendo a un juego de cartas, producto de la sabiduría bebedora de Sandra, para ponernos algo más que achispadas y salir en busca de un garito que siguiese abierto a las 3 de la mañana. Nos dejamos caer un breve momento por el Berlín, pero no fue del agrado general, y acabamos en el Sopa de Ganso, casi solas con los camareros, bebiendo a toda prisa, comiendo pistachos y partiéndonos de risa, hasta que nos cortaron la fiesta a las 4 y media o así y nos mandaron para casita a dormirla. xDDD En ese momento, yo tuve la genial idea de ponerme a cocinar unos espaghettis con atún y tomate, y terminé rodeada de amigas bastante borrachas que dormían como troncos, mientras Sandra y yo engullíamos nuestro rico plato post-fiestero en medio de muchísimas risas.

A pesar de lo que podáis creer por la descripción de la noche del domingo, el lunes logramos levantarnos a las 12 y la lluvia nos perdonó lo suficiente como para poder visitar los Reales Alcázares con calma y disfrutar de los alucinantes jardines, de las fuentes, de los pavos reales, del laberinto, de los colores otoñales... Sin duda, fue lo que más me gustó del viaje. A las 5 de la tarde nos fuimos a comer un arroz a la cubana bien rico y, aunque luego teníamos pensado ir a ver la Plaza de España, la lluvia y el cansancio nos convencieron de lo contrario y, al final, no salimos de casa hasta que fue la hora de acompañar a Silvia a la estación. Después, unas cañitas en una taberna de cuyo nombre no consigo acordarme y otras en La Carbonería, un sitio también mítico de Sevilla donde cantan y bailan flamenco y que tiene un ambiente genial, además de ser muy chulo. Vuelta a casa, una cenita rápida y todas para la estación a acompañarme, que a mí ya se me terminaba el puente.

La estación de autobuses parecía estar llena de gente que emigraba con su casa a cuestas y que petó hasta tal punto los maleteros que allí no cabía ni un alfiler, no digamos ya mi propia maleta. Al final tuve que viajar en un bus que no era el mío, 6 horas de dormir-despertar, unas horitas de sueño ya en mi cama, una ducha y... ¡¡al curro!!

Ha sido PERFECTO.

¡Gracias por todo, mis chicas!

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