
Existen libros que llegaron muy temprano a mi vida. Libros que leía sentada durante horas y horas en la biblioteca infantil de mi ciudad. Solía encontrarlos por casualidad, simplemente husmeando en las estanterías... porque nadie suele recomendarte lecturas cuando eres pequeña. Tu mente se alimenta de lo que va encontrando.
De esa manera pasaron por mis manos a edad muy temprana libros como El Señor de los Anillos, La historia interminable, El diario de Ana Frank... Obras que han permanecido y llenado mis días de adolescencia y de juventud, que he leído y vuelto releer sin parar durante años y años, comprendiéndolos a niveles cada vez más profundos cuantos más años cumplía, con los que he sentido emociones inigualables y que han pasado a formar parte de mi persona, de la esencia misma de la que yo estoy hecha y que me distingue del resto de seres humanos.
Recuerdo bien mis días de infancia pasados entre páginas, en lo que no importaba el recreo, ni jugar a la Game Boy, ni bajar al parque... Sólo importaba pasar a la siguiente página y luego a la siguiente y a la siguiente.
Al ir pasando los años, los libros de mi vida comenzaron a ser tesoros que encontraba muchas veces, ya no de manera casual, sino gracias a la recomendación, al consejo, a la opinión de alguien cercano, de alguien querido, de alguien admirado.
Me acostumbré a apuntar en el primer lugar que encontraba los títulos que me salían al encuentro cada día y que hallaba interesantes... Los que escuchaba de labios de alguien en una conversación casual, los que oía vagamente en una crítica salida de la voz de un locutor de la radio, los que leía en el periódico, los que mis profesores nombraban en clase, los que mis amigos y compañeros me decían que habían sido especiales para ellos por alguna razón. Y así, poco a poco, el tesoro de mi vida fue creciendo...
Hubo ocasiones en que me crucé con personas muy importantes para mí, personas que me marcaron de manera profunda, que significaron un cambio en mi existencia y dejaron su impronta en la misma... Muchas de esas personas llegaron de la mano de libros, muchos libros nuevos que recomendaban, sobre los que opinaban, que detestaban o idolatraban. Autores que yo jamás había escuchado nombrar y que me abrieron las puertas de su creación para que pudiera elegir, experimentar, imaginar...
Aunque algunas de esas personas ya no forman parte de mi vida diaria, en mi memoria siempre estarán ligadas a ciertos libros y a todo lo que dichos libros me hicieron sentir, vivir y soñar.
Ahora, en mi mente, hay libros y personas que van siempre de la mano, están inexorablemente unidas por un lazo que ni el olvido más profundo podría borrar.
Y así, los libros de mi vida lo son precisamente porque forman parte de mi proceso de crecimiento y aprendizaje como ser humano... junto con las personas que los acompañan.
Aún me quedan tantos libros maravillosos por descubrir como personas valiosas por conocer... y muchos años de vida para llenarlos de conocimientos y de experiencias.
Ojalá que el tesoro de mi vida siga creciendo siempre...
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