lunes, 28 de septiembre de 2009

Green Day



¡¡¡¡¡¡¡¡¡Mañana concierto, mañana concierto, mañana concierto, mañana concierto, mañana concierto!!!!!!!!!



Haré millones de fotos
Saltaré
Gritaré
Cantaré... ¡¡¡¡¡Y lo disfrutaré a topeeee!!!!!



PD: Creo que Billie Joe Armstrong merece que mañana me ponga mi corbata en su honor...



¡¡¡FENÓMENO FAAANNNNNNNN!!!

domingo, 27 de septiembre de 2009

El maravilloso mundo del graffiti



-Foto: graffiti en una pared de Granada, bajando del Albaicín-







Ayer tocó Interrapción '09 y hubo de todo: Rapsus me gustó bastante en general aunque tuvo momentos algo bajoncillos, Chojín me decepcionó grandemente, todos los anteriores a ellos me dejaron bastante fría, excepto Metro y La Técnika, que no estuvieron nada mal... Eso sí, a partir de las 12, la cosa mejoró bastante con Q-Unique (american style totalmente, pero aún así moló) y Tunisiano (el rap en francés tiene un "no sé qué" que me encanta). En cuanto a Leguayork, para mí se podían haber ahorrado el viaje desde Chile porque no me molaron nada.

Aparte de los conciertos, fue muy resaltable El Niño de las Pinturas, que se hizo un graffiti buenísimo y, a partir de ahora, voy a interesarme por lo que hace porque estuvo enooorrmeee.

De todas maneras, y digan lo que digan, para mí 8 horas seguidas de conciertos son ¡¡¡DEMASIADÍSIMO!!!

Y a ver si, para el próximo año, se deciden a buscar un sitio un poquito más accesible para la gente de este planeta porque... definitvamente... ¡¡¡¡Velilla de San Antonio está suuupeerrrr lejos!!!!

Por cierto, el vino peleón tampoco ayuda a que el día siguiente sea agradable... ¡¡¡¡¡¡¡¡Brrrrrrrr!!!!!!!!







Rapsus Klei - Corazones, lágrimas y sonrisas

miércoles, 23 de septiembre de 2009

A las trincheras, soldado



Vi mi libro entero y verdadero, mi relato real completo, y supe que ya sólo tenía que escribirlo, pasarlo a limpio, porque estaba en mi cabeza desde el principio ("Fue en el verano de 1994, hace ahora más de seis años, cuando oí hablar por primera vez del fusilamiento de Rafael Sánchez Mazas") hasta el final, el final en el que un viejo periodista fracasado y feliz fuma y bebe whisky en un vagón restaurante de un tren nocturno que viaja por la campiña francesa entre gente que cena y es feliz y camareros con pajarita negra, mientras piensa en un hombre acabado que tuvo el coraje y el instinto de la virtud y por eso no se equivocó nunca o no se equivocó en el único momento en que de veras importaba no equivocarse, piensa en un hombre que fue limpio y valiente y puro en lo puro y en el libro hipotético que lo resucitará cuando esté muerto, y entonces el periodista mira su reflejo entristecido y viejo en el ventanal que lame la noche hasta que lentamente el reflejo se disuelve y en el ventanal aparece un desierto interminable y ardiente y un soldado solo, llevando la bandera de un país que no es su país, de un país que es todos los países y que sólo existe porque ese soldado levanta su bandera abolida, joven, desharrapado, polvoriento y anónimo, infinitamente minúsculo en aquel mar llameante de arena infinita, caminando hacia delante bajo el sol negro del ventanal, sin saber muy bien hacia dónde va ni con quién va ni por qué va, sin importarle mucho siempre que sea hacia delante, hacia delante, hacia delante, siempre hacia delante.



Soldados de Salamina (Javier Cercas)

miércoles, 16 de septiembre de 2009

Archi-pesadilla



La Archivística no es divertida

Produce pesadillas

Mata neuronas

Amarga la existencia

Irrita al más santo

Definitivamente... la Archivística no, no, no, no, ¡¡¡no es divertida!!!

Y me importa un carajo que el resto del mundo no comparta mi opinión.



Y PUNTO

lunes, 7 de septiembre de 2009

Mirada



Entonces yo miré abiertamente al rostro de Clare Bayes y, sin conocerla, la vi como alguien que pertenecía ya a mi pasado. Quiero decir como alguien que ya no era de mi presente, como alguien que nos interesó enormemente y dejó de interesarnos o que ya ha muerto, como alguien que fue o a quien un día ya antiguo condenamos a haber sido, tal vez porque ese alguien nos había condenado a nosotros a dejar de ser mucho antes. Aquel vestido escotado que asomaba bajo la toga y que indirectamente había causado tanto estropicio era de otra época, como lo son tantas veces los atuendos de gala en Inglaterra. Y el propio rostro de Clare Bayes era un poco anticuado, con sus labios demasiado gruesos y sus pómulos tan elevados. Pero no era eso. Era que ella miraba también, y me miraba como si me conociera de antiguo, casi como si fuera una de esas figuras devotas y secundarias que pueblan nuestra niñez y que no son capaces, más tarde, de mirarnos como a los adultos detestables que somos, sino que, para nuestra suerte, nos seguirán viendo niños eternamente con su ojo inerte deformado por la memoria. Esa incapacidad bendita se da en las mujeres más que en los hombres, en la medida en que para los hombres los niños son irritantes bosquejos de caballeros, mientras que para las mujeres son seres perfectos destinados a estropearse y embrutecerse, y por eso su retina se esfuerza por guardar la imagen de la deidad transitoria sentenciada a dejar de serlo, y si esa retina no llegó a conocerla, entonces todo el esfuerzo imaginativo que supone siempre tratar con alguien lo vuelcan en la figuración de ese niño que sólo habrán conocido en fotografías o en la estampa dormida del que ya creció, y envejeció acaso, o en los perezosos relatos que el usurpador se habrá aventurado a confiarles sobre una cama, único lugar en el que los hombres se muestran dispuestos a rememorar en voz alta las cosas remotas.

Así me miraba Clare Bayes, como si conociera mi infancia en Madrid y hubiera asistido en mi propia lengua a mis juegos con mis hermanos y a mis miedos nocturnos y a mis peleas estipuladas a la salida del colegio. Y ese verme así de ella me hizo a mí verla de similar manera. He sabido luego _cuando supe de ella_ que en aquellos segundos finales de un minuto que sólo ahora existe, había contemplado ráfagas de su infancia en la India, el gesto pensativo de la niña que no tenía mucho que hacer en aquellas ciudades meridionales y que veía pasar un río guardada por las voces morenas de sirvientes risueños. Yo no sabía que lo estaba viendo (y por tanto quizá me equivoco o miento y no lo estaba viendo y no debo decirlo), pero no puedo dejar de decir que por aquellos ojos oscuros y azules atravesaba ese río brillante y claro en la noche, el río Yamuna o Jumna que atraviesa Delhi, moteado de gabarras rudimentarias que llevan por su corriente cereales, algodón y madera y también piedra, mecido desde las orillas por cantos insignificantes, salpicado por los guijarros que caen desde sus barrancos cuando deja la ciudad atrás, del mismo modo que en mis ojos se dibujaban quizá imágenes madrileñas de la calle de Génova y de Covarrubias y de Miguel Ángel, que ella nunca había pisado ni visto: puede que la imagen de cuatro niños caminando por esas calles con una criada vieja. Y seguramente estaba también allí el enorme puente ferroviario que cruza el río Yamuna a la altura de la ciudad, observado siempre en la distancia y desde el que según le contaba el aya con voz misteriosa cuando estaban solas, se había arrojado más de una pareja de amantes desdichados: el ancho río de aguas azules quebrado por el largo puente de hierros diagonales entrecruzados, la mayor parte del tiempo vacío, en tinieblas, ocioso y difuminado, exactamente con una de esas figuras devotas y secundarias de la niñez que luego se hacen recónditas para reaparecer e iluminarse al cabo del tiempo sólo un instante, cuando son llamadas, y volver a perderse enseguida en la oscuridad de sus existencias ignoradas y conmutables tras haber cumplido su breve servicio o revelado el secreto que de pronto se les exige. Y así sólo existen para que por ellas transite, cada vez que le sea preciso, el niño.


Todas las almas (Javier Marías)

miércoles, 2 de septiembre de 2009

En la cuerda floja



-Foto: ilustración by Ana von Rebeur-







Intento con todas mis fuerzas confiar... De verdad que lo intento, pero...

A veces, es como si la duda me apretara muy fuerte la garganta con manos de hierro... y me ahoga... me ahoga...







La confianza perdida es difícil de recuperar porque la confianza no crece como las uñas

Johannes Brahms



Pues eso...